Utilizando esta reflexión, intentaré desafiarme y desafiarlo a usted, estimad@ lectora y lector, para describir la potencial forma de ejecutar un programa de gobierno en un país donde el poder ejecutivo fuera, precisamente, cristiano. Primero que todo, no sería cristiano sólo por invocar el nombre de Dios en discursos y afines, ni por participar en instancias ecuménicas o Te Deums, etc. La condición de cristiano estaría dada porque al menos, el presidente, ministros y subsecretarios fueran, confesionalmente, seguidores de Cristo. Y tal como la iglesia primitiva escogía los diáconos, donde la humildad ante la dirección divina y el servicio al prójimo eran requisitos imprescindibles, así deberían ser escogidas las autoridades gubernamentales en este gobierno. Entonces, tendríamos mujeres y hombres conscientes de que el Altísimo les ha llamado a esta importante labor, y crearían un Concejo Teológico conformado por teólogos y cristianos que representen a las diversas expresiones ciudadanas de la sociedad. Por supuesto, representatividad que no viole los principios y preceptos establecidos en la Santa Scriptura. Entonces, este gobierno cristiano atendiendo a las necesidades de la población y buscando maximizar los beneficios sociales, elaboraría proyectos que serían enviados al Parlamento, cuya pericia política redactaría leyes, normas y/o reglamentos adecuados, para colocar en práctica la iniciativa gubernamental. Luego, el gobierno analizaría las herramientas propuestas y ejecutaría estas nuevas políticas públicas. Pero, si desde poder legislativo se construyen procedimientos contrarios al consejo bíblico, entonces el veto presidencial sería suficiente para no seguir adelante con dicha propuesta.
¿Y qué del salario? En Chile, históricamente los gobiernos han invocado la necesidad de un salario justo, mientras que en la actualidad, se habla de un salario ético. Sin embargo, no se han generado iniciativas desde los gobiernos en esta materia, salvo por la presión de gremios, funcionarios públicos, etc. Para el sistema político en el Parlamento, la herramienta de política utilizada para alcanzar el objetivo de un mejoramiento en la remuneración de los trabajadores, ha sido el establecimiento de un sueldo mínimo. Y así, año tras año se corrige este sueldo mínimo. Mientras el año pasado eran 172 mil pesos, hace un par de meses aumentó a 182 mil. No vamos a discutir si esto es justo o ético, y si acaso los alimentos y demás necesidades de la vida no han aumentado en mucho más que este paupérrimo ajuste. Si el gobierno fuera cristiano, elaboraría una propuesta de sueldo justo, que considerara las necesidades básicas de un grupo familiar, como alimentación, vestuario, vivienda, ocio, etc., y que garantizaran un bienestar para una familia. Sería un sueldo basado en el mérito y no en el “pituto” y/o el “compadrastro” y/o la discriminación por “comuna de residencia” y/o “apellido común”, etc. Y por supuesto, obedecería a las capacidades y habilidades de cada trabajador, que se evidenciarían a través de su productividad laboral. Pero ¿qué herramientas podría sugerir la política para alcanzar este objetivo? Por ejemplo, endurecer las leyes que atentan contra la dignidad o que regulan la discriminación y el acoso en las empresas. Por otro lado, podría beneficiar con franquicias tributarias a aquellas empresas que diseñen la contratación de trabajadores en función de factores como el mérito, productividad, habilidades deseables, etc.
Creo que hay personas con la suficiente experiencia para plantear estos tecnicismos. Yo sólo intento desafiarlos a pensar en esto. ¿Quién sabe si algún día el Altísimo nos entrega esta responsabilidad? El suceso del Milenio señalado en el Apocalipsis, es una prueba de que Dios, perfectamente, podría tener esta clase de planes.